Un muerto insepulto o mal sepultado podía dar muchos malos ratos a la familia, porque si el finado no quedaba satisfecho podía ocurrírsele salir a atormentar los sueños de los que habían descuidado su funeral. Por eso los familiares no solo encerraban los restos (cadáver completo o cenizas y huesos) en su tumba (una casetita decorada apropiadamente), o en su columbario (una especie de palomar lleno de nichos), o en su urna cineraria, sino que además les daban el trato que mejor los conformara: colocaban las tumbas a la vera de las principales calzadas, a la salida de las ciudades, para que no perdieran puntada de las idas y venidas de sus conciudadanos.
Columbario. Porta Romana |
Tumbas. Pompeya |
También era conveniente meter en el recinto definitivo las joyas, juguetes, objetos o prendas que más gustaran al muerto. Algunas tumbas estaban horadadas para poder introducir por el agujerito alguna ofrenda alimenticia (un traguito de vino, un tarrito de miel, unas nueces, para aligerar la excursión), o rodeadas por un pequeño jardín para que las flores alegraran la vista del que ya poco podía ver.
Y no es que los romanos creyeran en la vida tras la muerte, que los había. Más bien la temían de forma supersticiosa. La muerte era el punto final, pero por si acaso... evitaban mentarla. Escribían en los epitafios "vivió tantos años", pero nunca "murió".
En la web de la divertida Nieves Concostrina (http://www.nievesconcostrina.es/epitafios.asp) pueden verse muchos epitafios (pepitafios los llama ella) y muchos de ellos escritos en latín.
ResponderEliminarUn besito
A leerlos se ha dicho. ¡Cómo me cuidas!
ResponderEliminar