Hoy el cielo estaba de un color
cárdeno imposible, falso, como de un cuadro malo, de esos que decoran salones sin gusto de inquilinos poco exigentes. Y sin embargo no era falso, porque yo lo he visto. Para más inri había dos rayones pintados por sendos aviones que atravesaron ese cielo amoratado en dos tiempos distintos. El cielo de los dioses ya es nuestro también.
Hace tiempo que quería hablar aquí de colores...
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Nenúfares. Claude Monet |
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La inspiración, sin embargo, no ha venido del cielo, sino de la hora y pico que me he pasado con la boca abierta en la consulta del dentista. Hoy me atendió la hija del habitual, que se ha asomado un momento a saludarme y comprobar que mi boca aún seguirá dando bocados durante un tiempo. La doctora vestía un conjunto de cirujano rosa chicle, muy favorecedor; sin embargo ha sido la visión del traje verde de su padre la que me ha tranquilizado. Y es que me gusta el
verde, me relaja -menuda novedad, podría asegurar que lo han estudiado concienzudamente en varias universidades punteras de los EE.UU-, me estimula, me da vida, vidilla.
El verde oscuro parece que da sombra y frescura, el verde pistacho da alegría, el verde limón da energía, o repelús (otra vez he pasado delante de la guardia civil absorta en el paisaje y ajena al cuentakilométros), el verde césped amortigua los pasos, el verde manzana cruje y estalla en la boca...
¿Y por qué ? Es fácil.
Viridis, e, verde en latín procede del verbo
vireo, estar floreciente, lleno de vigor, seguramente relacionado con el sustantivo
vis, fuerza y vigor
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El ojo verde. Marc Chagall |